Un mes, o lo que es lo mismo, treinta
días o setecientas veinte horas, cuarenta y tres mil doscientos minutos, dos
millones quinientos noventa y dos mil segundos: éstas son las cifras que justamente
hoy nos separan de ti, papá.
Años, meses, semanas, días, horas, segundos…unidades
de tiempo inventadas por nuestros ancestros en su loco afán por intentar medir
la vida, pero que en realidad son solo palabras huecas cuando te enfrentas al
amor y al dolor, a la alegría, la tristeza, la plenitud o la ausencia.
El tiempo en realidad no tiene
sentido cuando es el alma la que toma la batuta de la existencia. Los mismos 30
días pasan en un abrir y cerrar de ojos cuando es la alegría la que nos desborda
y caminan despacio y sin ritmo, como arrastrando los pies y cansinos cuando es
la melancolía la que se apodera de nosotros.
Un mes… 30 días, setecientas
veinte horas… es el tiempo que resuena en nuestras cabezas como el tic tac imparable
de un viejo reloj, es el chivato molesto que nos susurra al oído cuánto hace que no
sentimos tu calor o nos cuentas tus chistes, hace cuánto que no nos miras, que
no nos sonríes, hace cuánto que no nos abrazas, que no te tomamos del brazo y buscamos
tu consejo.
Segundos, minutos, días, horas,
semanas…. las mismas cifras que me parecen una eternidad, un amorfo montón de números,
un disparate que no refleja ni de lejos lo larga que se me hace tu ausencia, son
también un abrir y cerrar de ojos, una milésima de instante que me impide darme
cuenta de que ya no estás. Sales de mi memoria sin pedir permiso y pienso que
estás aquí y que hoy, igual que otros tantos domingos, vamos a comer todos juntos,
a verte disfrutar un día más de la familia, a verte pelear con quien haga falta
para pagar tú la cuenta.
Tiempo… largo y corto, inexistente
al fin y al cabo. Tiempo que no sabemos cómo medir, porque tú mismo te ocupaste
de evitar las despedidas que siempre odiaste y te fuiste discreto, sin hacer
mucho ruido, cruzando el umbral hacia tu nueva vida sin permitir que te anclásemos
a este lado. Te fuiste dejando aquí tu cascarón cansado, y ni tanatorio, ni
cementerio, ni despedidas grandilocuentes. Llevaste tu sempiterna generosidad
al siguiente nivel e hiciste de un chavalín en vaqueros y una furgoneta tu cortejo
fúnebre y convertiste la universidad en tu última morada, a ver si con lo que quedaba
aún podías echar una mano.
Y es que así eres tú. Pura energía, esa que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Generosidad, honradez,
inteligencia, humor, responsabilidad, sabiduría, paciencia. Amor, amistad, humildad,
sacrificio, constancia, rapidez, eficiencia, serenidad. Cabezonería, transigencia, creatividad, amabilidad, coraje, ensoñación, lealtad... Podría llenar miles de líneas intentando definirte y nunca sería ni la sombra
de lo que fuiste para todos los que tuvimos la suerte de tenerte.
Sé que lo sabes, pero te lo digo
igualmente: ¡te echamos de menos!
Un mes, cuatro semanas, treinta
días, setecientas veinte horas… una eternidad, un abrir y cerrar de ojos. La
relatividad, diría tu mente científica, el AMOR sentimos nosotros.
Tu esposa, tus hijas, tus nietas,
tus nietos, tus yernos, tu hermana, tus sobrinos, tus amigos, mis amigos, tus
vecinos, nuestros perros, el portero, las enfermeras, los taxistas, los
inspectores de hacienda, el cajero del banco, el barrendero, los chinos de la
tienda, la de la farmacia, el alcalde del pueblo, los camareros de la 28 y las cotorras argentinas de los pinos de enfrente, todos, te añoramos mucho. Mucho no, muchísimo.
Gracias por el gran regalo que
fue tu vida para todos. Gracias por
seguir cuidando de nosotros desde allí.
¡TE QUEREMOS!
Y siempre será así, pase el tiempo que pase, lo midas como lo midas.