Cuando se dio cuenta de que estaba al otro lado del espejo un grito ahogado se le atascó en el pecho. Sintió las leves y tibias cosquillas que le hacían las lágrimas al rodar por sus mejillas, silenciosas y suaves como una caricia robada.
Apoyó la mano sobre el cristal que la separaba de su vida con incredulidad, temiendo que su contacto conllevase algún efecto imprevisible y doloroso. Como si eso importara, como si pudiese ocurrir algo peor que lo que ya estaba viviendo. ¿Qué coño había pasado?