miércoles, 4 de febrero de 2015

Cuento de enero. LA NUEVA VIDA



Cuando se dio cuenta de que estaba al otro lado del espejo un grito ahogado se le atascó en el pecho. Sintió las leves y tibias cosquillas que le hacían las lágrimas al rodar por sus mejillas, silenciosas y suaves como una caricia robada.

Apoyó la mano sobre el cristal que la separaba de su vida con incredulidad, temiendo que su contacto conllevase algún efecto imprevisible y doloroso.  Como si eso importara, como si pudiese ocurrir algo peor que lo que ya estaba viviendo.  ¿Qué coño había pasado?



Cuando vio a su marido entrar en el cuarto de baño, limpiar el vaho del cristal y mirarse distraído al espejo ya no tuvo duda alguna de que algo iba mal. Golpeó desde el otro lado, gritó con todas sus fuerzas: ¡Estoy aquíiii! ¡Ayúdameeeeee! ¡Ehhhhhh!  Él, indiferente a sus golpes y gritos se miraba los pelillos de la nariz intentando decidir si se los cortaba o aun no era necesario. Mientras gritaba y golpeaba, le vio mirar hacia abajo y, extrañado, recoger el pijama de ella del suelo... el pantalón gris con corazones blancos, la camiseta, las zapatillas... Aunque el baño era pequeño él la buscó con la mirada ¿Cariño? - recogió la ropa protestando Luego dice que soy yo el que lo deja todo tirado. Ella reinició los golpes y gritos hasta que le dolieron las manos. ¿Cómo es posible que no me oigas? ¡Estoy aquíiiii! Le oyó alejarse por el pasillo, llamándola en voz alta y luego entrar otra vez en la habitación ¿Dónde se habrá metido? Farfulló mientras se metía de nuevo en el cuarto de baño y se cepillaba los dientes ante la mirada impotente de su mujer.

No tenía ni idea de cómo había ocurrido aquello. Lo último que recordaba era oírse a sí misma maldiciéndose al ver lo que marcaba la báscula del baño. ¡Era una tortura! Ya hacía  un mes que había acabado la Navidad y no había adelgazado ni un solo gramo. Es más, ¡había engordado! ¿Cómo era posible? Estaba enfadada con ella, con su marido, con sus hijos, con el perro... estaba enfada con el mundo en general. El jodido mes de enero había empezado con todas las promesas de un año mejor y sólo dos semanas más tarde casi lo daba por perdido. ¡Vaya mierda! Lo que le había pedido al año nuevo era una nueva vida y a día 15 ya sabía que nada iba a cambiar.

Las cosas no iban mejor. Una vez más la lotería había pasado sin rozarle, el nuevo trabajo que había iniciado un par de meses antes era un asco, su cuenta corriente estaba a cero, se veía más arrugas que nunca y aquellas contundentes lorzas extras parecían haber llegado para quedarse. Estaba encerrada en aquella maldita casa que su marido se había empeñado en comprar y cuya hipoteca la asfixiaba en un abrazo estrecho y amenazante que solo tocaría a su fin cuando tuviera ochenta años.

Nada era fácil en su vida, nunca lo había sido, todo le costaba demasiado y estaba cansada. Cansada de luchar, cansada de que la vida no le regalara nada, de que hasta lo más mínimo le supusiera un tremendo esfuerzo. Tenía la eterna sensación de pagar a precio de Channel  un fondo de armario de mercadillo, de beberse un tetrabrick de Don Simón a precio de Vega Sicilia, de iniciar una travesía transoceánica y meses después ver que solo está al otro lado del estanque del Retiro.  Su vida era una eterna cuesta arriba, el arranque inacabable  de una montaña rusa sin fin. No es que viviera grandes dramas pero nada le salía a la primera.

Durante muchos años había hecho gala de un excelente sentido del humor y de un optimismo interminable y se consolaba pensando en que cuando por fin llegase a la cima de aquel Everest que era su vida la diversión no tendría final y las vistas serían increíbles. Pero cada año tenía menos paciencia, cada mes estaba más cansada, cada semana  reía menos, cada día le costaba más levantarse. Simplemente estaba hastiada de que nunca le tocase un regalo, de que nadie la cogiera en brazos y le dijera "tranquila, yo me ocupo de todo, tú disfruta y descansa que yo te subo"... En resumidas cuentas, cada día la ladera era más escarpada y la tentación de soltarse y dejarse caer eran cada vez más fuertes.

Sabía que aquella sensación de tristeza y hartazgo era la que sentía cuando se había subido a aquella maldita báscula. Incluso se había quitado el pijama, las zapatilla y el reloj para intentar bajar unos gramos. Recordó ver sus pies subiendo a la báscula, la sensación fría del plástico en su piel. Recordaba haber movido los dedos y mirarse el roce que le habían hecho los zapatos el día anterior mientras la báscula digital se decidía a mostrar en la pantalla el cruel dictamen. .. ¡Me cago en...! ¡Joderrr con la nueva vida! Y de pronto se sintió empujada por una fuerza inexplicable y se encontró allí, al otro lado.

Estaba a oscuras, solo pasaba la luz a través de una ventana que luego descubrió era el otro lado del espejo. Y es que no se veía a sí misma como unos minutos antes, sino que en el lugar que debía ocupar su rostro se mostraban la ducha, su toalla colgada de la percha de la puerta y ahora a su marido frente a ella, completamente ajeno a su existencia, mirándose los pelos de la nariz.  Cuando  le vio regresar y cepillarse los dientes apresurado mientras miraba la hora en su reloj de pulsera, le palpitaban los nudillos y las palmas de golpear inútilmente aquel cristal, le dolía la garganta de gritar sin obtener resultados. ¿Cómo era posible?

Los chicos se habían ido un rato antes. Oyó a lo lejos la voz de su marido que se despedía desde la puerta con un ¡Me tengo que ir!¡Llego tarde! ¿Dónde coño te has metido? El golpe de la puerta al cerrarse dio por finalizado su monólogo

¡No te vayas! dijo ya en voz baja mientras sentía las cosquillas de que le hacían las lágrimas al resbalar sobre sus mejillas... ¡No me dejes aquí!  Durante una milésima de segundo pensó lo que hubiera pensado en la vida que tenía hasta hacía un rato, lo que la hubiera hecho sentir aún más triste y desilusionada de lo que ya estaba: Se va sin saber dónde estoy. Antes jamás se iba sin darme un beso. Antes me llamaba princesa. Pero fue un pensamiento fugaz, tan breve como un abrir y cerrar de ojos porque su nueva realidad vino a envolverla entera, a despojar el antes de cualquier sentido porque el ahora que estaba viviendo carecía de cualquier explicación lógica.

Luego la casa quedó en silencio. En un completo silencio solo roto por el lejano ronroneo de la caldera. Podía sentir la energía de las paredes, el latir del corazón de la casa...sus entrañas. Estaba dentro aunque no veía ladrillos, ni tuberías, cables o aislantes. Solo oscuridad. Una oscuridad cálida y blanda, casi esponjosa, aunque no notaba el roce de nada. Era como si flotase en esa nueva dimensión pero no estaba en el aire, simplemente no sentía el roce de aquella materia extraña. El silencio y esa especie de grávida  ingravidez la calmaron un poco.

Oía algunos sonidos que procedían del exterior, sordos y sin brillo, pero lo que más oía era su propia respiración, sus latidos unidos a los de la casa.  Su cerebro parecía volver a funcionar, y se inspeccionó de arriba a abajo, para comprobar si tenía alguna herida o señal de golpe. Nada. Las manos tampoco le dolían ya y solo tenía las palmas algo enrojecidas. Estaba desnuda, únicamente llevaba las pulseras y sortijas que nunca se quitaba y una goma en el pelo. Ese era todo su atuendo. Sonrió.¡No parecía existir el peligro de que nadie la viera por allí! Pese a su desnudez no sentía frío, algo a todas luces extraño en ella. No tenía ni frío ni calor. La temperatura exterior y la de su propio cuerpo parecían exactamente iguales. ¡Qué agradable! Incluso se vio más delgada. Tampoco sentía ningún dolor... rodilla, cadera, cabeza... todo en perfecto funcionamiento.

Comenzó a moverse, buscando una salida, Le pareció lo más lógico. Si había entrado tenía que poder salir. De pronto recordó que tenía una reunión a primera hora de la mañana. Se le aceleró el pulsó pensando en que debían de estar esperándola. Se iba a liar una buena. Volvió a sonreírse. ¡Qué tontería! No sabía dónde estaba, qué le había pasado ni si iba a poder salir y se acordaba de aquella pandilla de gilipollas... Esta sí que es una buena excusa para llegar tarde, la verdad. 

Lo que al principio fueron torpes e inseguros movimientos, al poco se convirtieron en  a una especie de levitación, en un vuelo rasante entre nubes de algodón, era una placentera inmersión en un cálido mar en calma... El truco estaba en no resistirse, sólo debía dejarse llevar. Se dejó arrastrar por aquella corriente lenta e imparable. Su cuerpo se fue relajando  hasta acabar fundido con la marea invisible que la acariciaba. Se fue calmando la angustia que había sentido antes hasta que ésta desapareció por completo. La taquicardia y los nervios se vieron sustituidos por una especie de clarividencia intensa que iluminó hasta el último vericueto y revuelta de su cerebro. En aquel momento todo aquello por lo que solo un rato antes se sentía profundamente infeliz carecía completamente de sentido.

Volvieron a ella como en una intensa inyección de amor los bellos momentos vividos con su marido. Pudo sentir las fuertes manos de él acariciándola, los tiernos besos que le regalara antes de que la rutina y el mal humor le hiciesen olvidar cuánto le gustaban. Escuchó su voz susurrándole al oído un te quiero salido del alma. Sintió el calor del sol sobre su piel y vio la expresión feliz de sus hijos que jugaban con las olas en la playa. Vio de nuevo en ellos a los niños que fueron y recordó los días felices en que hablar con ellos resultaba más fácil y supo que podía volver a hacerlo, porque el amor estaba allí, inalterable.  Abrazó a sus padres a los que tenía la inmensa suerte de seguir disfrutando y se vio amparada por su energía inagotable por el cariño incondicional de quien te ama sin esperar nada a cambio, sabiendo que ni el tiempo ni la distancia pueden cambiar ese hecho. Le dio la mano a sus hermanas con las que seguía compartiendo la vida y cuchicheando tontunas pese a que hacía décadas que no eran las adolescentes tontorronas que se contaban secretos. Vio a sus pequeñas sobrinas a las que adoraba como si fuesen parte de sí misma y sintió un escalofrío que le recorrió la espalda al pensar en todos ellos.

Y vio cientos de rostros, de manos amigas, de gentes de ayer y de hoy. A personas a las que había amado, a personas que la amaban. A gente con la que había compartido una parte de su camino. A unos que aún estaban, a otros que ya se habían ido. Estaba sola en aquel misterioso mundo pero al tiempo acompañada por todas las almas que formaban parte de su  historia.

Oyó de nuevo el sonido de su propia risa, el palpitar de un renovado deseo de vida. Sintió el calor de la arena de una mañana de agosto acariciando cada curva de su cuerpo, la brisa del mar en su rostro, el olor a sal y a vida que tanto le gustaban. Recogió caracolas con sus niñas y dejó huellas en la orilla para que las borraran las olas alborotadoras. Buceó como tantas otras veces, flotando y jugando con los peces. Se sentó a ver la puesta de sol y a buscar el rayo verde que nunca encontraba, y se quedó para ver estrellas fugaces y viajar a otros universos solo con mirar el cielo de una noche cualquiera de verano. Paseó por un bosque de hayas disfrutando de sus mil colores, oliendo a musgo y a fresco ,y vio los lugares del mundo que aún no conocía pero que tanto ansiaba visitar: Isla de Pascua, Australia, La Patagonia, el Sahara o  Madagascar

Al otro lado escuchó el ladrido de su perro. ¡Pobre! pensó. Me debe de estar buscando. Y le pareció sentir sus patas y sus lametazos, esos olfateos acelerados que tanto le gustaban. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que ahora veía el salón. Y vio el Belén aún montado y el arbolito de navidad y se dijo,¡Madre mía tengo que recogerlo ya! Y el cesto lleno de irresistibles y engordantes polvorones... ¿Qué más da un par de kilos de más? Vio la terraza y miró sus plantas, pensando en que las tenía que regar,vio su querida orquídea que parecía dispuesta a florecer de nuevo.

Y se dijo que cuando aquello acabara todo iba a cambiar. Iba a empezar de nuevo y se iba a sacudir de un plumazo la tristeza y el hartazgo que la tenían paralizada. Porque no merecía la pena, no le podía dejar ganar la partida a la angustia. Y se convenció de que todo iba a ser diferente a partir de ese momento. Y se dio cuenta de que la escarpada montaña a la que se enfrentaba cada día quizá lo fuera porque nunca de decidió a utilizar las cuerdas que siempre había llevado al cinto para bajar, Porque le daba miedo soltarse para utilizar las herramientas de las que disponía para estar más cómoda.  Porque nunca se planteó que podía pararse a mirar el paisaje y que quizás al levantar la vista pudiera encontrar otro camino. Porque sólo había escuchado los gritos de ¡Venga, vamos, adelante, no puedes parar! y no se detuvo a comprobar si era ese su camino o solo había seguido a los demás.

¡Sí! Lo veía claro, Sabía que nada volvería a ser igual desde aquel día. La verdad no estaba ahí fuera, como decían en Expediente X... La verdad estaba allí dentro Y se llenó de amor hasta arriba. De amor por la vida, de amor por sus hijos, marido, padres, hermanas, sobrinas, de amor por sus amigos, compañeros, por su perro, de amor por sí misma, porque todos eran uno, porque todos eran ella. Y deseó salir de aquel misterioso lugar porque ahora comprendía que felicidad que ansiaba ya estaba allí, dentro de sí y que solo tenía que parar y mirarla a la cara.. No le hacía falta nada más que su nueva mirada. Porque el mundo era ella... Porque sin ella nada más existía. Porque sin ellos ella no era nada. Quería volver a empezar. Debía hacerlo. Empezar la nueva vida que tanto le había pedido al año nuevo.

Oyó el sonido de la puerta. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que todo empezara, Oyó la voz de su marido. ¡Cariño! ¿No te has ido? ¿Estás en casa? Intentó moverse. Quería hacer ruido, decirle que estaba allí, contárselo todo. Apenas logró alargar la mano. Oyó cómo se abría la puerta de la terraza, y arrastraba bruscamente una silla hacia atrás.  No sabía si estaba de pie o tumbada hasta que vio su cara sobre ella ¡Dios mío, Dios mío,! ¿Qué ha pasado? ¿Que has hecho? ¿Por qué?

Cuando le oyó gritar supo que todo iría bien. ¡La había encontrado! Ya podía relajarse y esperar. Él la sacaría de allí, le daría la mano y volverían a empezar. Todo iría bien.

Se sintió adormecer. Estaba completamente agotada. Flotaba en un limbo suave y tibio. No tenía miedo. Escuchaba las voces apagadas de su familia al otro lado y oía el latido de su propio corazón, No identificaba bien las palabras, No sabía lo que decían, pero podía sentir que velaban por ella. Estaba segura de que la sacarían de allí, de que volvería a verles. El tiempo pasaba lento, si es que había tiempo. No era consciente de días ni de noches, ni de invierno o verano. Estaba pero sin estar, en algún punto entre la vigilia y el sueño, entre la luz y la oscuridad entre lo posible y lo increíble.

Cuando ya se había acostumbrado a aquel devenir sin rumbo, a esa templada y larga espera la despertó de pronto una fuerza irresistible, tan poderosa como la que la había llevado al otro lado del espejo, una fuerza que la empujaba hasta lo que parecía una salida. Primero fue despacio, con impulsos espaciados en el tiempo, pero aquellos rabiosos temblores se intensificaron paulatinamente hasta que fue completamente succionada como por un sumidero. Por unos momentos creyó que iba a salir disparada, a estrellarse irremediablemente contra el suelo, pero alguien la frenó y la ayudó a salir de allí.  Estaba asustada, completamente desorientada y por primera vez en mucho tiempo sentía de nuevo. Sentía dolor y sentía frío.

No podía abrir los ojos. Oía voces confusas y nerviosas. Luego caricias. Notó cómo la tapaban y el calor volvía a su cuerpo. Ahora todo iría bien. Enseguida se recuperaría, sería capaz de hablar y de contarles todo lo que había pasado. ¡Madre mía! Tendría que averiguar lo que le había sucedido... Quizás ellos ya los supieran, Y se imaginó en los brazos de su marido, protegida y amada, recuperando el tiempo perdido.

Abrió los ojos despacio. La luz le hizo daño al principio. Y allí estaba él, mirándola con ternura. Vio cómo una lágrima se desprendía suavemente de sus ojos verdes mientras sonreía feliz... Ella sonrió también, y alargó su mano para acariciarle... pero no podía tocarle, era como si estuviera más lejos de lo que pensaba.  Se estiró lo que pudo y se miró el brazo a ver qué le pasaba.  Ante sus ojos apareció una manita pequeña, que se movía sin coordinación, de deditos finos  y arrugados que asomaba por debajo de la manga de un jersey de punto rosa que le cubría casi por completo..

- ¡Mirad! dijo él buscando a los demás. ¡Se ha despertado! ¡Qué bonita es! ¡Me ha sonreído! ¡Sí, me ha sonreído!¿Verdad cariño? Preguntó mirando hacia ella afinando la voz. ¿Verdad que quieres a tu tío? ¡Qué alegría! 

Las caras de sus padres y cuñados, de sus sobrinas, hijos y hermanas aparecieron ante ella, sonrientes y enormes. 

- ¡Ven con mamá! dijo una de sus hermanas, cogiéndola amorosamente entre sus brazos. ¡Cómo te pareces a tu tía! ¡Le hubiese encantado conocerte! 

- Te llamas igual que ella - dijeron sus sobrinas casi a dúo- Ya verás que bien lo vamos a pasar. Ya somos tres, como vosotras. 

La cabeza le daba vueltas... ¿Qué era todo aquello? ¿Cómo era posible? No era eso lo a lo que se refería cuando pidió el deseo de comenzar una nueva vida.

Solo entonces se dio cuenta de la verdad. Aquel día, en aquel preciso instante, el deseo de marcharse y dejarlo todo atrás había sido irresistible. No quiso luchar más, se rindió, tiró la toalla y simplemente se fue al otro lado.¡Qué tonta había sido! Quería volver a ser quien era, lo deseaba más que nada en el mundo,  pero ya no había vuelta atrás.

Quiso gritar, decir que era ella, pero no pudo articular palabra alguna... Sólo se oyó el llanto rabioso de un recién nacido.

Escuchó la voz de su marido que intentaba contener la emoción al hablar.

-  Tiene sus ojos, ¿verdad? Estoy seguro de que los ojos de los bebés esconden el secreto de la vida. Son profundos y misteriosos y te miran como hacia dentro del alma. - y acariciando los sonrosados y pequeños mofletes humedecidos por las lágrimas-,  pero los tuyos mucho más, princesa mía.






2 comentarios:

  1. Maravilloso mi amor. Final inesperado y eso me gusta. Ya te comentare en privado un par de cosas. Sigue así vida mía. Te quiero

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  2. Me ha gustado mucho. Que tensión. Seguiré tu serie de cuentos

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