miércoles, 15 de abril de 2015

Reflexiones: LA MORALEJA DEL VESTIDO BLANCO QUE NO ERA BLANCO SINO AZUL





Hace ya tiempo que me di cuenta de que nada es inmutable, ni siquiera nuestros gustos y opiniones... Mejor dicho, sobre todo nuestros gustos y opiniones.  De hecho hace mucho que considero innegable que lo único inmutable es el cambio, incluso en lo que se refiere a nosotros mismos.

Ser consciente de este hecho me ha llevado a adoptar posturas consecuentes con mi manera de ser como, por ejemplo, nunca hacerme un tatuaje. Me cansé de los pendientes grandes y del pelo cardado de los 80 pese a que entonces me veía ideal, así que antes de vérmelas con la aguja supe que el  hartazgo es solo cuestión de tiempo. Por suerte tampoco me hice el maquillaje permanente que me regalaban por un buen artículo en mi etapa como redactora de belleza, ya que hoy luciría los labios perfilados de un marrón intenso muy de moda en los 90, un eye liner imposible y vaya usted a saber cuántas cosas más.


También sé que las cosas son grandes o pequeñas dependiendo de con qué se comparen, o que se me puede considerar rica o pobre, culta o ignorante, guapa o no muy agraciada según quién sea mi interlocutor, que una misma distancia puede ser enorme o ínfima según estés en una pequeña isla o en una gran ciudad, y que los años de una vida entera no son más que un pestañeo en el universo. Tengo muy claro en fin, que todo en nuestro mundo es relativo.

Sin embargo, puedo afirmar  que hasta ahora nada me ha causado tanta perplejidad como el jodido vestido blanco y dorado que no era blanco y dorado sino que resultó ser azul y negro. He  visto muchas ilusiones ópticas, dibujos que parecen estar en movimiento por la combinación de colores, o rectas que parecen curvas por su disposición, pero nada como esto, quizá porque ni foto ni vestido buscaban ese efecto. Y obviamente no fui la única sorprendida, puesto que se convirtió en trending topic durante horas en todo el mundo. Ni un desnudo de Obama frente al Kremlin hubiese tenido tanto retweets.

Cuando mi hijo vino corriendo a enseñarme la foto del vestido de marras diciéndome Mada, corre, dime ¿de qué color lo ves? Le miré algo sorprendida la verdad. Los chicos no suelen ser muy de tonos y menos de vestidos, claro. Bien, le contesté. Pues blanco y dorado... Al ver su expresión de sorpresa, intenté afinar un poco más, pensando que necesitaba algo más detallado... Bueno quizá el dorado pueda considerarse mostaza. No tan amarilla como la de perrito sino más tipo Dijon o antigua... Él me interrumpió incrédulo ¿Pero lo ves blanco de verdad, nada azul? Intrigada por ese súbito interés por el pantone de la prenda intenté detallar aún más. Carlos, los blancos cuando son muy blancos parecen algo azules, además los reflejos irisados de la tela...

¡Que no! En ese momento riéndose me explicó que él lo veía tan azul como una grapadora que tengo encima de la mesa y que es indiscutiblemente azul como el mar azul de la canción. 

¡ME QUEDÉ PERPLEJA! Hubiera jurado sobre la Biblia que aquel vestido era blanco. De hecho he de confesar que estaba segura de que me estaba tomando el pelo y luego de que YO VEÍA BIEN y él mal. Simplemente no concibes que alguien lo pueda ver de un modo distinto a ti.

Aquello se fue extendiendo como la pólvora. La foto llegaba desde distintos lugares y todos hablábamos del mismo tema. En mi círculo los del blanco éramos menos, pero todos fuentes 100% fiables. Los del azul eran muchos, no podían estar todos equivocados. Pero yo estaba segura de verlo blanco ¡Dios! ¿Qué estaba pasando? Busqué explicaciones ansiosamente. Encontré algunas peregrinas que hacían referencia a la influencia de nuestro estado de ánimo en la percepción del color, y otras más científicas que hablaban sobre los bastoncillos y la visión nocturna. 

La cosa es que en plena discusión, cuando mi hijo mayor llegó a casa fardando de que él lo veía azul que es como había que verlo, busqué de nuevo la foto del dichoso vestido en mi teléfono. La misma que llevaba mirando varias horas y de pronto, como por arte de magia, el blanco se volvió azul y el dorado negro. Abrí y cerré los ojos incrédula y allí estaba, azul intenso y negro azabache. .. ¡Ahora lo veo azul! grité buscando a los chicos, ¡No me lo creo! 




Ahora, semanas después juego a mirarlo, y a veces lo veo primero blanco y va transformándose ante mis ojos como en un truco de magia. Otras lo veo solo azul, pero ya nunca lo veo sólo blanco. Imagino que el cerebro, como los ordenadores,  tiene una especie de "caché"  y recupera las cosas que tiene archivadas, sobre todo si sabe que son las que debe ver, así que no soy capaz de recuperar solo la imagen blanca inmaculada del principio... ¡Una pena!

Desde entonces ya no soy únicamente consciente de la fragilidad de nuestras opiniones, sino también de nuestras percepciones. ¡Me hubiera apostado cualquier cosa a que era blanco! Creo que algo aparentemente tan trivial como la foto de este vestido, nos debería hacer reflexionar profundamente sobre nuestras convicciones y lo que consideramos verdades inapelables. 

Yo he tenido la enorme suerte de ver con mis propios ojos el famoso vestido  tanto blanco como azul, así que sé que se puede ver de los dos modos. Pero ¿qué piensan los que tienen una única perspectiva?  Los que lo ven blanco quizá piensen secretamente que es imposible y que en realidad se trata de un complot para joderles, o simplemente que los demás son los que están equivocados. Los que los ven azul no creen posible que alguien lo pueda ver de otro color y pensarán, en el mejor de los casos, que los demás son idiotas y que llaman blanco a algo que es claramente azul.

Al hilo de estos pensamientos creo que nos hemos de plantear cosas lógicas que olvidamos demasiado a menudo:

-  Hay personas que ven las cosas de un modo completamente diferente al nuestro.
-  Como lo ven así de verdad, lo defenderán contra viento y marea,  puesto que para ellos es tan irrefutable su versión como lo es para nosotros la nuestra.
- Es nuestro deber entonces intentar ver las cosas desde todas las perspectivas para tratar de captar y entender lo que los demás ven.  Esa es la piedra angular de la convivencia. Debemos aceptar también que es posible que estemos equivocados.
- Si después de todo esto llegamos a la innegable conclusión de que nuestra versión es la buena (sabemos que el vestido es azul), habrá que buscar las explicaciones que den un porqué claro e incontestable,  así como procurar encontrar las condiciones adecuadas para que los demás puedan acceder a la verdad.
- En el caso que ese hecho no llegue a producirse, porque simplemente no existe una versión buena para todos,  tendremos que aceptar que vemos las cosas de distinta manera y que podemos convivir armoniosamente blancos y azules.

Hay muy pocas verdades inapelables, y éstas hacen referencia exclusivamente a la bondad, la decencia y la igualdad del ser humano. Por desgracia tendemos a relegarlas al olvido con bastante frecuencia. ¿Cuántas barbaridades se han cometido en la historia, se siguen cometiendo hoy, en aras de la ceguera personal de un líder o de un grupo? Por eso debemos de seguir estos pasos siempre desde el respeto más absoluto, apoyándonos en el amor y en la paz, porque nunca sabemos si el vestido va a cambiar de color ante nuestra atónita mirada, dando al traste con lo que creíamos una verdad innegable... y quizá entonces sea demasiado tarde.


8 comentarios:

  1. Yo también lo veo cada vez de un color Magda, que buena moraleja al final.

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    1. ¿A que impresiona cuando lo ves cambiar de color? ¡Qué cosas, amigo!

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  2. Que bueno, gracias Magdalena por permitir que pueda evadirme 5 minutos y disfrutar de tus lecturas. Que grande eres.
    Beso enorme

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  3. Como siempre, da gusto leerte.....!!!!

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  4. Como siempre, da gusto leerte.....!!!!

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  5. Qué grande, Madalain, querida...

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  6. Siempre con ese torrente de energía, me encanta como escribes. Un besazo

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  7. Como sabes yo lo vi azul, lo único que tengo claro , eres una gran persona, 100% humanitaria y para remate escribes muy bien. Besos

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