miércoles, 28 de octubre de 2015

PARA MI BUENA AMIGA SODA

"Coño, Malenita, qué gato más raro" Esas fueron las palabras de
mi amiga Emilia cuando le presenté a Soda... "¡Y tan raro- me reí-
como que es un perro!"
Catorce años juntas... Es bastante, sí, pero no tanto como me hubiera gustado

























Esta mañana temprano me llamó Pedro. Él nos conocé bien y siempre la cuidó con mimo, así que, tras un breve intercambio de apuradas frases de cortesía, llegaron las palabras que tanto tiempo he temido: "Ya tenemos las cenizas de Soda. Ven cuando quieras por ella".


Hace días que asimilé la noticia de su marcha, pero hoy se me ha vuelto a encoger un poquito el corazón y al mirar hacia su cojín vacío la he llorado de nuevo.


Mi perrita Soda no era una mascota, era una amiga. Perruna sí, pero una amiga, y  se fue dejándome el vacío que dejan los buenos amigos que se marchan para no volver, sean de dos o de cuatro patas.

Llegó a mi vida hace catorce años, cuando por suerte Julio prescindió del sentido común y decidió hacerme el mejor regalo que haya recibido nunca, una compañera que me esperaba cada día con la misma alegría rebosante que sólo se ve de año en año en los premiados por la lotería de navidad. Le era indiferente que hubiera ido solo  a comprar el pan o que hubiese pasado fuera el fin de semana, su felicidad al recibirme era igualmente inmensa... Los amantes de los perros me comprenderéis porque sólo ellos son capaces de transmitir ese amor incondicional, exagerado, infantil y atolondrado. Un cariño tan sincero y desinteresado que logra arrancarte una sonrisa hasta en el peor de los días.Te siguen  por toda la casa, te dan un  lametazo, hacen sonar su cacharro o destrozan un par de cosas para llamar tu atención y luego te miran con sincero arrepentimiento e inconmensurable devoción para ser perdonados.

Soda se comió los cojines y el brazo del sofá, la parte baja de la librería (porque solo llegaba hasta ahí), las botas nuevas de mi hermana, casi todos mis pantalones vaqueros... mordisqueó las sillas,  los tacones de mis amigas, acabó con un sin fin de medias y con más de una alfombrilla de baño... Nos hizo la vida imposible corriendo como una bala cuando no quería entrar en casa, ignorando impasible todos nuestros gritos y blasfemias, y enseñarla a hacer pis en la calle fue una prueba de paciencia digna del mismísimo Job.

Pero también compartió conmigo sofá y cama, patatas fritas y tardes de domingo frente a  la tele, suspirando y gruñendo de amor al ver a "Rex, un policía diferente". Me mimó y acompañó en más de un desengaño y recibió con alegría y cariño a familia y amigos. Se adaptó a dormir bajo la cama y no sobre ella cuando Patxi llegó a mi vida, jugó con mis niños y se dejó achuchar, aplastar y tirar de la cola. Paseó arriba y abajo sentada en un cochecito de bebé sin rechistar porque mi sobrina María, en pañales y con chupete, decidió que era su juguete favorito, y también, se dejó pasear pacientemente por Martina cuando ésta daba sus primeros e inseguros pasos. Fue una estupenda mamá para sus cachorros, Ginger y Ron, una gran amiga para su inseparable compañero Whisky, con el que compartió más de una bolsa de basura y alguna que otra travesura, y llevó con mucha dignidad sus últimos años marcados por medicinas y pinchazos.

En estos catorce años ha vivido como parte de la familia nacimientos, muertes, bodas, divorcios, cumpleaños, cambios de trabajo, navidades, mundiales, olimpiadas... ha ladrado cientos de goles, tormentas y fuegos artificiales y ha vivido tres mudanzas, pese a que  siempre tuvo claro que su sitio favorito del mundo era la casa de mis padres, de donde nunca quería que nos marchásemos después de las vacaciones.

Pasamos solas sus últimas horas y sé que es lo que quería porque  al notar mi contacto se quedaba más tranquila, respiraba más serena. Aproveché entonces para contarle un montón de historias y recuerdos, para susurrarle lo mucho que la quería... Y después de ese tiempo extra nos despedimos de la vida que compartimos aquí cogidas de la pata, mirándonos y sintiéndonos,  como las grandes amigas que siempre fuimos, como las compañeras que siempre seremos. 

Sé que nos estará esperando a todos en el otro lado, olisqueando nerviosa, moviendo la cola, dando increíbles saltos y piruetas, haciendo el "baile de la galleta" y hablándome en su idioma perruno para explicarme lo bien que se está allí, sin vejez, sin dolor, sin reloj.

Durante esa larga noche me hizo prometer que la recordaríamos por sus mejores momentos, por los más divertidos y entrañables.  Por eso, además de estos párrafos, comparto con vosotros la crónica del nacimiento de sus hijos, Ginger y Ron (Ronaldo para los amigos), sin duda un gran momento de la familia del que fue absoluta  y única protagonista.


¡Gracias, amiga mía!¡Espérame cerca de la puerta!




Publicado el 12/11/2007

Familia feliz
Es un milagro

Nunca podremos asistir con indiferencia al milagro de la vida. 
Por más que hayamos estudiado o leído, por más documentales que nos hayamos empeñado en ver para comprender y aprender, lo cierto es que cuando asistimos a un nacimiento una inexplicable sensación de de sorpresa e incredulidad se apodera de nosotros. Se trata casi de una experiencia mística. Y digo casi para no ser tachada de exagerada o excesivamente sentimental.

Tras un parto de más de 10 horas, mi  amiga  SODA (decir sólo perrita me parece muy poco) logró darle la vida a dos preciosos cachorritos: Ginger y Ron...Y le dolió y sufrió, y nos buscaba con su mirada para sentirse menos sola y asustada, para encontrar apoyo y ayuda y asegurarse de que sus bebés saldrían adelante.  Y pese a la tristeza de haber perdido al segundo de ellos siguió adelante hasta que su agotado cuerpecillo logró parir al último de sus vástagos.  Tampoco se rindió cuando vio que éste no parecía tener muchas opciones. Por el contrario, nos dejó ayudarla a limpiarle un poco y no habían transcurrido ni dos minutos cuando se había sobrepuesto del brutal esfuerzo y comenzó a lamerle con convicción, a darle su calor, insuflándole la vida en cada uno sus lengüetazos.  Mientras  mi chico y yo les observábamos impotentes y abrigábamos a Ginger que gritaba llamando a su mamá,  cruzábamos los dedos y le pedíamos al destino que fuese benevolente y nos dejase disfrutar de un final feliz.

Así fue. Tras unos veinte minutos, que me parecieron mil, y después de hacerle hasta el boca a boca, oímos el primer gritillo de Ron que decía: Bien, ya estoy aquí, ¿a qué hora se cena en esta casa?

No hay palabras que puedan describir las miradas cómplices que Soda nos dedicó, ni la amplia sonrisa de Patxi  que me besaba y abrazaba diciendo ¿lo ves? ¿estás contenta? Sólo os puedo decir que mi corazón de pronto  se hizo más grande y que sigue ocupando más sitio en mi pecho ahora, más de veinticuatro horas después.

Me acerco a su cajita y allí me quedo horas, observándoles. Veo a Soda abrazando a sus hijos con tanto amor que se pueden ver los corazones y las estrellas en el aire, como si fuesen  una familia de dibujos animados. Y entonces me veo a mí misma hace tres años,  en la habitación de la Clínica en la que mi hermana dio a luz, sentada junto al cuco y sin apartar los ojos de María, una preciosa niña a la que aún hoy no puedo dejar de mirar... Y una vez más me reitero  en la certeza de que la Vida es un Milagro. 

¡Sí Señor, un puto milagro!






10 comentarios:

  1. Jodía Magdalena, siempre me haces llorar.
    Recomiendo leer este delicioso texto con una canción de fondo "She" en la ver. de Elvis Costello…Lloraréis como una ……..
    Gracias como siempre por tu aporte

    ResponderEliminar
  2. Ufff Magda!!! Se me hace un nudo en la garganta.... Efectivamente los que tenemos animales sabemos lo triste que es cuando se van, no son mascotas, son miembros de la familia.
    Gracias por compartirlo con todos!! Eres grande!!! Besos

    ResponderEliminar
  3. Sabes que ... algo nuestro se va con ellos, pero a cambio algo de ellos se queda para siempre con nosotros... Besos
    ALEXIA

    ResponderEliminar
  4. Magda, me uno a los lloros. Preciosa despedida.

    ResponderEliminar
  5. Te he leído con Amelie a mi vera, y supongo que por eso he duplicado el lloro. Subrayo cada palabra y copio cada frase. Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Quien tiene un perro lo tiene todo.

    Y sí, cada vida es un milagro. Por eso hay que vivirla como se merece, y contarla como tú sabes.

    Gracias mil. Ánimo dos mil.

    ResponderEliminar
  6. Estoy como una sopa... Qué precioso, Magda. Mucho ánimo, amiga.
    Seguro que Soda también está sorbiéndose los mocos...

    ResponderEliminar
  7. Estoy con el corazón encogido. Preciso. Tienes lo mejor de ella, sus recuerdos y sus dos estupendos hijos.
    Ánimo.
    Besos

    ResponderEliminar
  8. Madre mía Magdalena, como escribes!!.
    Eres capaz de que lo leamos en 3D y transportarnos a cada momento que relatas....Gracias!!

    Por cierto, en la segunda foto estás guapa de cojones.
    Besos

    ResponderEliminar
  9. Qué puedo decir hermana ...... Dios qué difícil es esto! Sé que a mí me queda muy poquito también para que bruce ( el abuelo de todos los perrunos ) se vaya con ellos. El día 26 de nov bruce cumple 18 años .
    Las sensaciones que cuentas son las mismas ( sin el parto de perretes claro...) que siento cada segundo de mi vida muchos de vosotros sabéis que lo que bruce significa en mi vida .
    Tengo dos hijas preciosas que amo pero bruce es yo
    Solo puedo decir que demos las gracias por qué ALGUIEN nos los puso en nuestra vida .
    Todos los que tenemos animales sabemos de lo que hablamos

    ResponderEliminar