domingo, 3 de noviembre de 2019

Un mes sin ti





Un mes, o lo que es lo mismo, treinta días o setecientas veinte horas, cuarenta y tres mil doscientos minutos, dos millones quinientos noventa y dos mil segundos: éstas son las cifras que justamente hoy nos separan de ti, papá. 

Años, meses, semanas, días, horas, segundos…unidades de tiempo inventadas por nuestros ancestros en su loco afán por intentar medir la vida, pero que en realidad son solo palabras huecas cuando te enfrentas al amor y al dolor, a la alegría, la tristeza, la plenitud o la ausencia.

El tiempo en realidad no tiene sentido cuando es el alma la que toma la batuta de la existencia. Los mismos 30 días pasan en un abrir y cerrar de ojos cuando es la alegría la que nos desborda y caminan despacio y sin ritmo, como arrastrando los pies y cansinos cuando es la melancolía la que se apodera de nosotros.

Un mes… 30 días, setecientas veinte horas… es el tiempo que resuena en nuestras cabezas como el tic tac imparable de un viejo reloj, es el chivato molesto  que nos susurra al oído cuánto hace que no sentimos tu calor o nos cuentas tus chistes, hace cuánto que no nos miras, que no nos sonríes, hace cuánto que no nos abrazas, que no te tomamos del brazo y buscamos tu consejo.

Segundos, minutos, días, horas, semanas…. las mismas cifras que me parecen una eternidad, un amorfo montón de números, un disparate que no refleja ni de lejos lo larga que se me hace tu ausencia, son también un abrir y cerrar de ojos, una milésima de instante que me impide darme cuenta de que ya no estás. Sales de mi memoria sin pedir permiso y pienso que estás aquí y que hoy, igual que otros tantos domingos, vamos a comer todos juntos, a verte disfrutar un día más de la familia, a verte pelear con quien haga falta para pagar tú la cuenta.

Tiempo… largo y corto, inexistente al fin y al cabo. Tiempo que no sabemos cómo medir, porque tú mismo te ocupaste de evitar las despedidas que siempre odiaste y te fuiste discreto, sin hacer mucho ruido, cruzando el umbral hacia tu nueva vida sin permitir que te anclásemos a este lado. Te fuiste dejando aquí tu cascarón cansado, y ni tanatorio, ni cementerio, ni despedidas grandilocuentes. Llevaste tu sempiterna generosidad al siguiente nivel e hiciste de  un chavalín en vaqueros y una furgoneta tu cortejo fúnebre y convertiste la universidad en tu última morada, a ver si con lo que quedaba aún podías echar una mano.  

Y es que así eres tú. Pura energía, esa que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Generosidad, honradez, inteligencia, humor, responsabilidad, sabiduría, paciencia. Amor, amistad, humildad, sacrificio, constancia, rapidez, eficiencia, serenidad. Cabezonería, transigencia, creatividad, amabilidad, coraje, ensoñación, lealtad...  Podría llenar miles de líneas intentando definirte y nunca sería ni la sombra de lo que fuiste para todos los que tuvimos la suerte de tenerte.

Sé que lo sabes, pero te lo digo igualmente: ¡te echamos de menos!

Un mes, cuatro semanas, treinta días, setecientas veinte horas… una eternidad, un abrir y cerrar de ojos. La relatividad, diría tu mente científica, el AMOR sentimos nosotros.

Tu esposa, tus hijas, tus nietas, tus nietos, tus yernos, tu hermana, tus sobrinos, tus amigos, mis amigos, tus vecinos, nuestros perros, el portero, las enfermeras, los taxistas, los inspectores de hacienda, el cajero del banco, el barrendero, los chinos de la tienda, la de la farmacia, el alcalde del pueblo, los camareros de la 28 y las cotorras argentinas de los pinos de enfrente, todos,  te añoramos mucho. Mucho no, muchísimo.

Gracias por el gran regalo que fue tu vida para todos.  Gracias por seguir cuidando de nosotros desde allí.  

¡TE QUEREMOS! 

Y siempre será así, pase el tiempo que pase, lo midas como lo midas.