miércoles, 15 de abril de 2015

Reflexiones: LA MORALEJA DEL VESTIDO BLANCO QUE NO ERA BLANCO SINO AZUL





Hace ya tiempo que me di cuenta de que nada es inmutable, ni siquiera nuestros gustos y opiniones... Mejor dicho, sobre todo nuestros gustos y opiniones.  De hecho hace mucho que considero innegable que lo único inmutable es el cambio, incluso en lo que se refiere a nosotros mismos.

Ser consciente de este hecho me ha llevado a adoptar posturas consecuentes con mi manera de ser como, por ejemplo, nunca hacerme un tatuaje. Me cansé de los pendientes grandes y del pelo cardado de los 80 pese a que entonces me veía ideal, así que antes de vérmelas con la aguja supe que el  hartazgo es solo cuestión de tiempo. Por suerte tampoco me hice el maquillaje permanente que me regalaban por un buen artículo en mi etapa como redactora de belleza, ya que hoy luciría los labios perfilados de un marrón intenso muy de moda en los 90, un eye liner imposible y vaya usted a saber cuántas cosas más.

viernes, 10 de abril de 2015

VIENTOS DE MARZO. La historia de un mundo sin color


Dedicado a mis sobrinas María y Martina, a Lucía, Sofía e Inés, a todos nuestros  niños, sean  hijos, nietos, sobrinos, alumnos, amigos o hermanos para que ni ellos, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos tengan que vivir nunca en un mundo sin color... 


Siempre había vivido en aquel páramo. Sus padres habían decidido establecerse allí muchos años antes de que ella naciera. Era un pequeño pueblo de casas bajas, de un color tan semejante al suelo que casi era invisible en medio del árido paisaje. Todo era tan parecido entre sí que los viajeros que no lo conocían y pasaban por aquella carretera tenían que mirar más de dos veces para distinguir las casas de las lomas peladas y de las interminables llanuras en permanente barbecho.  Incluso sus habitantes se vestían de los mismos colores que el pueblo, llegando a mimetizarse tanto con el ambiente que casi no se les distinguía desde la distancia. 

La gama de colores oscilaba desde el pajizo de los cardos y las hierbas secas, hasta el marrón oscuro que lucían los troncos retorcidos y escuchimizados de los escasos árboles, todos coronados por hojas pequeñas y duras, de un verde tan opaco que apenas se distinguían de las leñosas ramas. La tierra, que también era de un color neutro y bastante uniforme, no mostraba siquiera un ligero tono rojizo que hubiera podido animar el paisaje, así que lo único que daba un toque de color a aquel lugar era el intenso azul de un cielo eternamente estaba despejado. El sol siempre lucía en todo su esplendor y el firmamento nunca cambiaba su aspecto. Tanto en invierno como en verano, en primavera o en otoño si mirabas hacia arriba sólo veías un azul tan claro y uniforme como la más azul de las turquesas.