Hay tres momentos clave a lo largo de un año en los que
renovamos propósitos y promesas. A saber: septiembre
(coincidiendo más o menos con el inicio del curso escolar), nuestro cumpleaños y fin de año. En
estas tres fechas nuestros contadores se ponen a cero y volvemos a empezar. Este “borrón y cuenta nueva” nos insufla nuevos ánimos, nos hace coger
carrerilla y pensar que esta vez sí, que ahora lo vamos a hacer y… vamos a
perder esos kilillos de más y a ponernos en forma, vamos a dejar de fumar, a
mejorar nuestro inglés, a ver más a nuestros amigos, a mimar más a la familia,
a meter algo en la hucha, a desmaquillarnos cada noche y ponernos el serum
milagroso, a ver menos la tele y a leer más libros, a ir más de compras, a ir
menos de compras, a comer más fruta, a hacer los ejercicios que te recomendó el
fisio, a cambiar de trabajo, a buscar un trabajo, a pedir el ascenso, a ir a
más museos, a disfrutar de cada atardecer. Nos juramos en fin que vamos a ser
como queremos ser, un poco mejores y un poco más felices y sin duda es relajante saber que cuentas
con varias repescas al año y que no todo está perdido si fallas a la primera.
Habitualmente este adjetivo es usado para expresar una virtud. Cuando decimos que alguien es perfeccionista queremos decir que no es un dejado, que cuida hasta el más mínimo detalle de todo lo que hace, que podemos estar seguros de que algo que dejemos en sus manos va a ser llevado a término con todas las garantías de calidad… aunque posiblemente no de velocidad.